TODOS SANTOS
La fiesta de Todos Santos es uno de los momentos fuertes del calendario boliviano.
Durante esta fiesta recuerda a los muertos. El cementerio se llena todo el día, y las familias vienen a rendir homenajes en memoria de sus antepasados.
El culto a los difuntos se mantiene a través de los años, sobretodo en el campo donde el evento se prepara semanas antes de la fecha.
La fiesta de Todos Santos tiene lugar el 1 de noviembre, a las doce del medio día, cuando las almas de los muertos llegan a las casas para compartir con los vivos la alegría de una buena cena.
En el calendario pre-colonial, esta fiesta tradicional a los difuntos cae al final de la época seca (todas las fiestas y ritos andinos están vinculados al calendario agrícola), las almas de los muertos vuelven para abastecerse de lo que preparan los vivos después de un periodo de restricciones.
Las almas llegan con un buen apetito y una sed inextinguible. Los vivos les preparan comidas y bebidas, mayormente lo que le gustaba más al difunto.
Este acto demuestra de nuevo la importancia de la reciprocidad en la sociedad andina: los vivos alimentan a los difuntos cuyos huesos están secándose bajo el sol de noviembre y los muertos intervienen para que la tierra permita buenas cosechas, y sobretodo que las lluvias, que empiezan a mediados de noviembre, sean abundantes.
Concretamente, el 1ro de noviembre a mediodía, las familias de los muertos alistan una mesa sobre la cual disponen un mantel (blanco si el difunto es un niño, negro u oscuro si era un adulto) y encima ponen elementos simbólicos pudiendo ser objetos o comida.
También se instala encima una foto del difunto y velas encendidas, con una cantidad variable de alimentos según la situación económica de cada familia. Hay frutas secas, masitas, caramelos en forma de animalitos, escaleras de pan (proviniendo de la tradición católica, para subir y bajar del cielo), coca y chicha (cerveza de maíz), instrumentos de música y « t'antawawas », literalmente "niños de pan". Este último elemento es como reminiscencia del rito de la Copachoca, que consistía en la época incaica, a regalar niños sacrificados a las divinidades del mundo sobrenatural, aquí el de los muertos).
Los familiares se sienten alrededor de la mesa y reciben todo el día visitantes, que les acompañan en su rito de recuerdo al difunto, en sus oraciones, y por supuesto comparten la comida y las bebidas. También es tradición que pasen grupos de niños de casa en casa para rezar y cantar a las almas de los muertos, recibiendo a cambio una partecita del festín.
Al día siguiente, los rezos se repiten (hasta se ven grupos de rock o de mariachis cantando para los difuntos) cuando las familias arman la mesa sobre la misma tumba del difunto. Las mesas son a la medida de la importancia del muerto y de la riqueza de su familia, a veces llegan a ser realmente impresionantes.
A mediodía empieza el ritual de despedir a las almas que deben regresar al mundo subterráneo. Esto se acompaña de una comida abundante, porque el muerto necesita mucha energía para su viaje de vuelta. El cementerio se transforma por unas cuantas horas en un gigantesco festín sobre el pasto.
La fiesta de Todos Santos es uno de los momentos fuertes del calendario boliviano.
Durante esta fiesta recuerda a los muertos. El cementerio se llena todo el día, y las familias vienen a rendir homenajes en memoria de sus antepasados.
El culto a los difuntos se mantiene a través de los años, sobretodo en el campo donde el evento se prepara semanas antes de la fecha.
La fiesta de Todos Santos tiene lugar el 1 de noviembre, a las doce del medio día, cuando las almas de los muertos llegan a las casas para compartir con los vivos la alegría de una buena cena.
En el calendario pre-colonial, esta fiesta tradicional a los difuntos cae al final de la época seca (todas las fiestas y ritos andinos están vinculados al calendario agrícola), las almas de los muertos vuelven para abastecerse de lo que preparan los vivos después de un periodo de restricciones.
Las almas llegan con un buen apetito y una sed inextinguible. Los vivos les preparan comidas y bebidas, mayormente lo que le gustaba más al difunto.
Este acto demuestra de nuevo la importancia de la reciprocidad en la sociedad andina: los vivos alimentan a los difuntos cuyos huesos están secándose bajo el sol de noviembre y los muertos intervienen para que la tierra permita buenas cosechas, y sobretodo que las lluvias, que empiezan a mediados de noviembre, sean abundantes.
Concretamente, el 1ro de noviembre a mediodía, las familias de los muertos alistan una mesa sobre la cual disponen un mantel (blanco si el difunto es un niño, negro u oscuro si era un adulto) y encima ponen elementos simbólicos pudiendo ser objetos o comida.
También se instala encima una foto del difunto y velas encendidas, con una cantidad variable de alimentos según la situación económica de cada familia. Hay frutas secas, masitas, caramelos en forma de animalitos, escaleras de pan (proviniendo de la tradición católica, para subir y bajar del cielo), coca y chicha (cerveza de maíz), instrumentos de música y « t'antawawas », literalmente "niños de pan". Este último elemento es como reminiscencia del rito de la Copachoca, que consistía en la época incaica, a regalar niños sacrificados a las divinidades del mundo sobrenatural, aquí el de los muertos).
Los familiares se sienten alrededor de la mesa y reciben todo el día visitantes, que les acompañan en su rito de recuerdo al difunto, en sus oraciones, y por supuesto comparten la comida y las bebidas. También es tradición que pasen grupos de niños de casa en casa para rezar y cantar a las almas de los muertos, recibiendo a cambio una partecita del festín.
Al día siguiente, los rezos se repiten (hasta se ven grupos de rock o de mariachis cantando para los difuntos) cuando las familias arman la mesa sobre la misma tumba del difunto. Las mesas son a la medida de la importancia del muerto y de la riqueza de su familia, a veces llegan a ser realmente impresionantes.
A mediodía empieza el ritual de despedir a las almas que deben regresar al mundo subterráneo. Esto se acompaña de una comida abundante, porque el muerto necesita mucha energía para su viaje de vuelta. El cementerio se transforma por unas cuantas horas en un gigantesco festín sobre el pasto.